Ficción Vs Realidad

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El otro día, la esposa de un amigo, se quejó (bordeando el melodrama) por el hecho de que yo incluyese el nombre (y apellido) de él en mi novela “La ligereza de la grava”. Su queja fue de lo más surrealista porque, mientras se quejaba, le preguntaba a él si lo que yo había hecho era legal. Como si yo no estuviese delante, como si él fuese el mejor de los abogados en vez de un hábil mecánico. El marido, muerto de risa, no daba la menor importancia. Todo y que el personaje no era el más agraciado de la novela.

La realidad es que podemos bautizar con el nombre que queramos a cualquier personaje que siempre que esté dentro de la absoluta ficción (enmarcado, además, en una novela de ficción). En mis novelas, suelo utilizar nombres de personas porque me ayuda a dotar al personaje de una apariencia física o forma de actuar donde me siento cómodo, es entonces cuando la ficción y la realidad van unidas. Imagino que haría mi amigo o amiga en la novela. Después suelo cambiarles el nombre y el personaje queda perfecto, con una suave patina de realidad.

Actualmente estoy con la última revisión de una novela (que se publicará en septiembre) y en el primer capítulo aparece un lugar y unas personas conocidos por mí, por los míos y por media ciudad. El problema viene porque lo que sucede en ese capítulo no es nada amable para sus protagonistas. Y lo peor de todo es que lo he anclado a la realidad más absoluta, ayudándome de descripciones que no pueden llevar al equívoco. Aunque cambiase los nombres antes de publicarlo, la referencia al lugar y a las personas es inevitable. ¿Qué debería hacer? El poder de ese primer capítulo radica en que está escrito en base a la realidad y cambiar eso, a estas alturas de la novela, ya acabada, significaría cambiar gran parte de la novela.

¿Qué debo hacer? ¿Publicarla y rezar a algún Dios deconocido para que nadie capte las referencias? En realidad, utilizar esas personas y ese lugar podría constituir una falta de respeto, aunque no hay un atentado a la intimidad (explico lo que me transmiten, no cuento más), ni tampoco es un acto contra la marca (el bar). No cuento nada que nadie no sepa ya o haya visto ya, pero el hecho de ponerlo en una novela le otorga oficio a lo que es un simple punto de vista totalmente subjetivo.

Creo que me quedan muchas horas de revisión para solucionar el maldito embrollo. ¿Podré tenerlo solucionado para septiembre? Quién sabe, aunque escribir es tan y tan divertido…

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