De la novela al cine

El lenguaje cinematográfico y el lenguaje literario son, por características propias, lenguajes diferentes, casi estancos, impermeables y con sus respectivos pros y contras. Aunque, no obstante, seguimos comparándolos como si se tratasen de un mismo (o parecido) lenguaje. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de “la novela es mejor que la película” o a espectadores quejándose amargamente porque la película no contiene algunos de los pasajes que más les gustaron de la novela?

Porque, como consecuencia de ser lenguajes diferentes, también tienen “tempos” diferentes. Una novela llevada de forma “literal” al cine, además de ser incompleta, sería incomprensible, duraría horas… y, aunque hiciésemos justicia al libro, jamás le haríamos la justicia que merece. Sencillamente, es como si alguien que no sepa hablar ruso pretende leer “Guerra y Paz” en el idioma en el que fue escrito originalmente. La adaptación de una novela al cine exige eliminar capítulos, personajes, incluso transformar la trama, aligerar los diálogos… quedarse con la esencia, sin más.

El cineasta Alex De La Iglesia dice al respecto; “al principio sientes veneración por la obra y te obsesionas con ser fiel, pero en una segunda fase le tienes que perder el respeto y tener la libertad necesaria para hacer la película como si no existiera la novela». Y esa es la clave, olvidar la estructura literaria. El novelista Javier Marías dice “»El planteamiento suele ser cómo empequeñecer la obra, cómo reducir y, por tanto, es un empobrecimiento. Eso no quiere decir que las películas adaptadas sean peores; a veces es al revés: de una novela mediocre sale una gran película. De lo que sí soy partidario es de que se guarde fidelidad al espíritu de la obra literaria. Pero eso es algo evanescente y, ¿quién lo define? Quizás los propios autores. Yo creo que al cabo del tiempo se olvidan los argumentos, pero lo que quizás permanece es una especie de clima, una atmósfera». De nuevo, olvidar todas y cada una de las páginas de la novela y quedarse tan solo con su espíritu.

Traicionar al escritor y a su obra, por supuesto. Esa es la única manera.

Además de que ninguna novela puede ser adaptada al cine con el mismo lenguaje con el que fue creada, existen otras novelas que son imposibles de adaptar (por muchas vueltas de tuerca que les des). Sería un suicidio intentar adaptar al cine novelas como “La broma infinita” o “El guardián entre el centeno”. Los libros complejos, sin un argumento definido o con profusión de dialogo interior nunca podrán trasladarse a imágenes. El espectador necesita un argumento sin decenas de subtramas, necesita diálogos diferentes a los literarios (más agiles), el espectador del cine nunca accederá al dialogo interior de los personajes de las novelas y, además, a diferencia de la novela, en la gran pantalla todo debe resultar más realista (porque es más visual).

Mientras en una novela podemos hacer que un personaje pase de A a Z sin demasiados pasos (gracias al dialogo interno), en el cine para que un personaje vaya de A a Z ha de pasar por la B, la C, la D… etc. y, además, lo hemos de ver.

Pese a ello, continúan adaptando novelas al cine porque el esqueleto de la novela (aquello que cuenta, no como lo cuenta) es una historia atractiva y también porque adaptar una novela que ha tenido un gran número de lectores te regala miles de potenciales (y predispuestos) espectadores.

La próxima vez que veis la adaptación en el cine de una novela que hayáis leído recordad siempre: son cosas diferentes, son productos diferentes, incluso historias diferentes…

Una curiosidad: el personaje con más películas en la historia del cine no es invención de ningún guionista, ni un personaje histórico. Irónicamente se trata de un personaje literario: Sherlock Holmes (las novelas de Arthur Conan Doyle sobre el detective se han adaptado al cine en 207 ocasiones). ¿Por qué? La respuesta es fácil: las novelas de Sherlock Holmes, además de rabiosamente entretenidas, tienen un narrador (Holmes) que convierte al lector en espectador.

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