Los buenos libros, Neil Gaiman y las novelas de a duro

índiceAlgunos libros nos ayudan a entender el proceso de escribir una novela, personalmente, he elegido tres que considero imprescindibles. El primero es “Suspense, como se escribe una novela de misterio” de Patricia Highsmith donde la autora disecciona los mecanismos de su novela carcelaria “La llave de cristal”, regalándonos todas las claves de la dinámica de ese (y de cualquier) relato de intriga. El segundo es “Mientras escribo” de Stephen King, escrito después de su atropello donde King reflexiona sobre como ha llegado hasta donde ha llegado y la importancia del oficio (mas que del relato). El tercer libro (que acabo de leer) es “La vista desde las últimas filas” de Neil Gaiman, recopilación de artículos y conferencias sobre el oficio de crear, independientemente de que este sea escritura, música o, como en el caso de Gaiman, novelas gráficas.

Entender el oficio es imprescindible para entender que escribir puede llegar a ser tan importante como respirar o tan trascendental como construir una catedral, más allá de la afición. Lo interesante del discurso de Neil Gaiman es cuando propone que, incluso aunque sea una afición que no compartiremos con nadie, tenemos que entender la importancia de la historia y la técnica. Podemos tejer una bufanda por placer, aunque nunca la luzcamos, pero hay dos formas de hacerlo: bien o mal. Gaiman explica que el valor del acto no radica en el qué sino en el cómo y que todos podemos llegar a la excelencia a través de las obras de los demás. Por eso comienza su libro hablando de las bibliotecas y las librerías. El primer paso es leer y hacerlo mucho sin obsesionarnos con que sea el mejor libro que podamos encontrar. Todos los grandes escritores tienen como libros de referencia, novelas que casi nadie conoce y leyeron de jóvenes, a modo de pequeñas joyas escondidas en cualquiera de esos lugares.

Escribir bien o mal es, en muchos casos, subjetivo. Libros como “La catedral del mar” (Ildefonso Falcones, 2006), “50 sombras de Grey” (E. L. James, 2011) o “El código Da Vinci” (Dan Brown, 2003) se me antojan profundamente aburridos, pero es que, además, estoy convencido de que están torpemente escritos. Pero venden porque gustan. Sus autores se tomaron sus obras como algo profesional, convencidos de que son buenos escritores. ¿Quién soy yo para discutir eso? Pero incluso con estas famosas novelas, la excelencia sigue siendo algo subjetivo. ¿Qué es un buen libro? ¿Un libro que vende? ¿Un libro que recibe buenas críticas? ¿Un libro que gusta? En casi todas las listas sobre libros sobrevalorados aparecen “El guardian entre el centeno” (J. D. Salinger, 1951) o “Los pilares de la tierra” (Ken Follet, 1989). Dos de las novelas con las que mas he disfrutado y que mas me han enseñado a escribir.

Un buen libro es simplemente algo que te gusta, independientemente de su calidad o su potencial.

Me encantan las novelas “de a duro” que se publicaban hace años, autores como Luis García Lecha (alias “Clark Carrados”), Pascual Enguídanos (alias “George H. White” o “Van S.Smith”), Ángel Torres Quesada (alias “A. Thorkent” o “Alex Towers”) o Domingo Santos (alias “P. Santos”)  en colecciones de ciencia-ficcion o terror de editoriales como Bruguera o Toray. ¿Eran buenas novelas? Objetivamente no. ¿Me gustan? Las adoro porque estos autores españoles (con seudónimos anglófilos) conocían el oficio de escribir y conocían perfectamente el objetivo de las novelas de a duro. Por cinco pesetas podías sumergirte en mundos inimaginables y vivir mil aventuras. Subjetivamente son maravillosas, objetivamente cumplían su objetivo.

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Podemos fiarnos de las críticas, de las listas de novelas, de las opiniones de familiares o conocidos, podemos fiarnos de las recomendaciones de las librerías, de la publicidad o podemos creer que una novela es buena solo porque la han adaptado al cine. Podemos fiarnos de cualquiera pero solo sabremos si algo es bueno o no cuando hayamos llegado hasta la palabra “fin” y esa valoración solo será por y para nosotros.

Lecturas imposibles para el verano: “American Gods” (Neil Gaiman)

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El propósito de todo texto debería concentrarse en la transmisión de eso que llamamos “información”. Aunque también puede tratarse de un texto que expresa una emoción pasajera que no queremos que se pierda en el tiempo, escribimos para transmitir una idea o formalizar una pregunta. Escribimos porque eso nos hace sentir vivos, pero también nos sentimos vivos porque leemos.

Cuando cae en mis manos una novela como “American Gods” (Neil Gaiman, 2001) es cuando comienzo a comprender ese abismo que existe entre escribir y crear. Con “American Gods”, Neil Gaiman ha creado un complejo y nuevo universo sobrescribiendo ese otro universo real en el que todos vivimos. Mezclando dioses nuevos con los de siempre, mezclando el relato norteamericano clásico con todo lo reciente que hay en un mundo que avanza sin control hacia la virtualidad. Folclore e Internet. ¿Un partido de futbol corriendo y sudando en un campo de tierra o el mismo partido desde la comodidad del sofá de tu casa, en un videojuego frente a ti? “American Gods” combina ambas circunstancias, construyendo una experiencia cercana a ese tipo de catarsis que sucede cuando una luz divina se posa sobre tu cabeza. Los dioses de “American Gods” son humanos, las situaciones y los escenarios son los comunes.

Aunque nada es lo que parece.

He escrito novelas, relatos, criticas, blogs, recetas de cocina, consejos e incluso refranes. Desde que tengo uso de razón, he utilizado cualquier cosa que tuviese a mano para escribir: un lápiz, una máquina de escribir, un ordenador, un móvil… e incluso con un palo en la arena de la playa. Pero nunca, ni por asomo, me acerqué ni me acercaré a lo que Neil Gaiman ha conseguido con “American Gods”.

¿Dónde está la clave?

La literatura no es una ciencia, tiene sus reglas, pero también es tan flexible y gomosa como ese trozo de queso que va de nuestra boca a la pizza. Eso es “American Gods”, una porción de comida rápida tan sabrosa que nos engaña, haciéndonos creer que estamos en el restaurante más caro de la ciudad más lujosa, De ahí mi afirmación que Neil Gaiman ha creado con “American Gods” una de las mejores novelas de finales del Siglo XX donde, desde la comercialidad y lo viejo, ha conseguido algo único y radicalmente diferente.

¿Por qué necesitamos escribir? Porque nos gusta leer. Comunicarnos es la base de la sociedad y el hecho de leer o escribir son la piedra filosofal de esta comunicación. “American Gods” se sustenta en esa ancestral comunicación, donde una historia oral corre de uno a otro, narrando hazañas sobre dioses y humanos, sentados alrededor de una hoguera. Como la tradición griega o romana, solo que con televisores, Internet, cigarrillos y coches auténticamente norteamericanos. También hay espadas, cuervos, fuego y otros cientos referentes propios de esa mitología. Mezclado todo con elegantes formas, con una prosa simple y hermosa, con unas conversaciones únicas y unos giros impensables. Una novela impropia de nuestro siglo, una joya que merece ser leída una y otra vez.

No os arrepentiréis.

Lecturas imposibles para el verano: “Soy Leyenda” (Richard Matheson)

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“Soy Leyenda” es historia conocida por muchos… que pocos han leído. “Soy Leyenda” forma parte de la cultura popular gracias a las adaptaciones cinematográficas que ha tenido (algunas más afortunadas que otras, aunque todas imperfectas). Aaun y así, la novela sigue siendo esa gran desconocida. Y es una pena porque como novela es una pequeña obra maestra del terror (pulp), desvergonzado cruce entrre Lovecraft y Bram Stoker, un anticipo del mejor Stephen King.

Richard Matheson la publicó en 1954, en una época donde la ciencia ficción aun bebía de lo clásico y eso se nota porque “Soy Leyenda” es una mezcla entre lo antiguo y lo rabiosamente moderno, una rara avis que explora (como pocas) la psicología de la soledad. Una magnifica reflexión sobre la normalidad: ¿qué es lo normal? Por definición, lo normal es lo más común. Así pues, en un mundo futuro lleno de vampiros donde solo un hombre ha sobrevivido… ¿Quién es el normal? El vampiro, por supuesto. Y solamente, al final, el protagonista se da cuenta de su anormalidad y pronuncia esa magnifica frase donde se da cuenta que ahora, se ha convertido en una leyenda.

“Un nuevo terror nacido de la muerte, una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo. Soy leyenda”.

Lo más interesante de la novela, además de estar magníficamente escrita, es que utiliza elementos pulp (vampiros contra humanos) para construir una preciosa fabula somo aquello en lo que nos convertimos. Precisamente por eso, su protagonista, no es un héroe. Es tan solo un mediocre obrero que ha sobrevivido y que aprende a sobrevivir mientras observa como la civilización se derrumba a su alrededor.

Y, a pesar de lo deprimente cuanto cuenta, “Soy Leyenda” se lee con alegría, con emoción y con inesperada reflexión. Una novela que devoras en apenas unas horas y te deja con ese sabor de boca de haber compartido una aventura que va más allá del mero divertimento.

No es una de las mejores cien novelas de la historia, no es una obra maestra, no marcó un antes y un después pero “Soy Leyenda” sigue siendo una excelente novela, ideal para leer en verano.

Lecturas imposibles para el verano: “La broma infinita” (David Foster Wallace)

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¿Cómo es posible que la que se considera una de las novelas cumbres del postmodernismo en el Siglo XX apenas sea conocida por unos pocos lectores? ¿Alguien conoce “La broma infinita”? ¿No? Es normal… pero respecto a los que si la conocen: ¿cómo es posible que de todos aquellos que la adoran, apenas unos pocos hayan conseguido acabarla? Vaya por delante que “La broma infinita” no es una novela fácil de leer, no porque su complejidad (en realidad es más simple de lo que parece) sino porque la historia (o historias paralelas) está contada de forma circular con lo que el lector nunca entiende que se le está contando realmente o hacia dónde va la novela (si es que va en alguna dirección). La primera impresión es la de un puñado de escenas donde se nos habla de yonkies, jugadores de tenis, colegios mayores y madres, en un universo futuro (aunque pasado), quizás distópico. El lector nunca sabe dónde está porque el autor pretende desubicarlo para que olvide lo más importante de una historia: la historia. Y sobre todo porque la historia que nos cuenta David Foster Wallace no da para las 1200 páginas de este auténtico tocho. El autor prefiere que todos esos pasajes creen una especie de confusión donde la narrativa adquiere una nueva dimensión, rodeando unos diálogos surrealistas con unas descripciones funcionales y (en ocasiones) absolutamente geniales. Todo en “La broma infinita” es diferente a cuanto hayamos leído antes porque, aunque es lo mismo, no podemos reconocerlo. La gran broma (infinita) de un escritor maldito fue hacernos creer que estamos ante “Guerra y Paz” cuando en realidad estamos ante una historia mínima alargada hasta lo imposible donde apenas nunca pasa nada importante, aunque ofrece una radiografía del ser humano tan detallada que esta novela debería estar en el apartado de “Anatomía” en la biblioteca. Y a pesar de todo esto (tan extraña como imposible de acabar), es una novela que engancha como ninguna otra. ¿El motivo? ¡Que importa! Tampoco entras a la cocina a preguntar cómo han cocinado ese maravilloso lenguado al horno: lo devoras y punto.

Es por eso mismo por lo que se convierte en mi primera recomendación de lectura para este verano del 2017. Porque no vais a poder acabarla, porque no sabréis de que va, porque os sentiréis desubicados… pero también porque os saltareis cualquier otra actividad veraniega para leer unas líneas más. Avisados quedáis.